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Detoxificación Parte 3

6. Tipos de enfermedad.

A esta altura resulta sencillo comprender que, más allá de nombres y diagnósticos, la enfermedad no es otra cosa que un esfuerzo del organismo por evacuar el exceso de sustancias tóxicas y volver a la normalidad. Siendo de vital importancia la limpieza de los fluidos internos, el organismo apunta toda su energía (energía vital) hacia dicho objetivo.

Un cuerpo sano pone en marcha gran cantidad de mecanismos depurativos cuando cualquier cuerpo extraño o perjudicial logra introducirse en los tejidos internos: vómitos, estornudos, tos, diarreas, inflamaciones, etc. Pero la purificación interna es tan compleja, que su tarea debe distribuirse en varios órganos con funciones especializadas y complementarias: los abnegados emuntorios.

Mientras el nivel de tóxicos permanece dentro de la capacidad depurativa de intestinos, hígado, riñones, pulmones y piel, todo funciona dentro de la normalidad que conocemos como estado de salud. Cuando alguno de estos órganos recibe caudales que exceden su capacidad, existe un natural mecanismo dederivación (lo que no se puede procesar, se deriva a otro órgano complementario) destinado a superar la crisis tóxica. Y aún así seguimos en presencia de un organismo sano y vital.

Pero cuando también superamos el umbral de la capacidad complementaria de los emuntorios -cosa que hoy día resulta una norma, dada la continua exposición a volúmenes cada vez mayores de toxinas- comenzaremos a advertir síntomas y molestias. Ejemplo: hipersecreción salival, vómitos y diarreas a nivel digestivo; hipersecreción biliar a nivel hepático; orina espesa, ácida y ardiente a nivel renal; sudoración, supuración, granos, acné y eccemas a nivel cutáneo; expulsión de flema por bronquios y fosas nasales a nivel respiratorio...

Otras vías secundarias se utilizan también para expulsar exceso de toxinas: glándulas salivares, útero, amígdalas, glándulas lacrimales. Si la situación se agrava, el organismo recurre a la “creación” deemuntorios artificiales: hemorroides, fístulas, úlceras, etc.

Por supuesto que cada persona reaccionará en forma diferente a estas crisis depurativas, localizando los trastornos superficiales de acuerdo a sus debilidades orgánicas. Los primeros órganos en ceder son, generalmente, los más frágiles por herencia o por excesiva utilización: por ejemplo, la garganta en aquellos que utilizan mucho la voz, los nervios en las personas tensas, o las vías respiratorias en aquellos expuestos a contaminantes volátiles.

Como vemos, las llamadas “enfermedades” no son otra cosa que el resultado de las tentativas de imprescindible limpieza que encara el organismo, frente a la carga de agresión tóxica a la que se ve expuesto. Estas crisis depurativas pueden ser agudas o crónicas. Siempre se comienza con manifestaciones agudas, donde el trabajo de eliminación es brusco, violento y extenso. Si la causa de intoxicación no se remueve, entonces estos esfuerzos se hacen crónicos.

Dado que esta publicación está destinada a incrementar el nivel de percepción de estos fenómenos por parte del lector, veamos con detenimiento y ejemplificaciones cada una de las fases por las cuales evoluciona la enfermedad, hasta llegar a los grados más graves y terminales. Estos estadios degenerativos -cáncer, sida, esclerosis múltiple, alzheimer, parkinson- no aparecen de improviso en una persona saludable y vital; requieren de un largo proceso previo.

ENFERMEDAD AGUDA

Todo se inicia con las primeras señales de alarma. La persona -hasta entonces saludable- ve aparecer distintos trastornos leves que le señalan la pérdida de este equilibrio dinámico que es la salud óptima. Falta de ánimo, indisposiciones pasajeras, tensión nerviosa anormal, dificultad para recuperarse tras un esfuerzo, problemas digestivos, cutis y cabellos opacados, erupciones… son todos signos de la degradación del terreno.

Si la persona está atenta y suprime las causas que provocaron la sobrecarga tóxica -excesos nutricionales, consumo de productos insanos, agotamiento excesivo, demasiado sedentarismo- los trastornos desaparecerán rápidamente.

Pero si el individuo no escucha las advertencias que lanza su cuerpo y persiste en sus errores, sin corregir nada, entonces el terreno continuará degradándose y obligará a que su fuerza vital se exprese desencadenando crisis depurativas más profundas. Estaremos entonces en presencia de las llamadas enfermedades agudas. El organismo moviliza todos sus esfuerzos para expulsar el exceso de desechos que agobia.

Por lo general son manifestaciones violentas y espectaculares; la fiebre que las acompaña indica la intensa actividad del cuerpo y todos los emuntorios están involucrados en la tarea. Es el caso de una gripe, un sarampión o una bronquitis. La gripe es un ejemplo de interacción de emuntorios: catarro en las vías respiratorias, descarga intestinal, sudoración profusa, orín cargado, etc. Son trastornos de corta duración, ya que la intensidad del esfuerzo depurativo basta para permitir un rápido retorno a la normalidad.

Es bien sabido que una afección gripal se resuelve magníficamente con apenas 48 horas de ayuno y reposo… y nada más. Al cabo de ese período, uno se siente pleno y liviano. Pero si el individuo, conforme con la desaparición de los síntomas, retorna a los hábitos equivocados que generaron la sobrecarga tóxica, la crisis volverá a producirse.

En este estadio, el error más grave -y lamentablemente el más corriente- es tomar estas reacciones depurativas como causa de enfermedad y no como efecto de la degradación del terreno. Entonces la terapéutica no ayudará al organismo en sus esfuerzos desintoxicantes, sino que los reprimirá como algo inoportuno y molesto. De ese modo estaremos restringiendo nuestra fuerza vital e internalizando las sustancias tóxicas.

Es lo que hacemos habitualmente con los antigripales o peor aún, con las vacunas contra la gripe: ¡¡¡vacunamos contra un proceso depurativo!!! En consecuencia, la represión artificial de una afección aguda nos dejará con menos capacidad defensiva y con el terreno más intoxicado; condiciones que nos llevarán al estadio sucesivo.

ENFERMEDAD CRÓNICA

Imitando los mecanismos de la naturaleza, es lógico estimular las crisis depurativas. Como decía Hipócrates: “todas las enfermedades se curan mediante alguna evacuación”. Los drenajes siempre impulsan la tendencia al equilibrio y resultan útiles en cualquier circunstancia, por grave que sea. Además, solo basta mirar que hacen los animales.

Cuando un animal esta enfermo, ayuna. De ese modo favorece la degradación de los desechos y facilita su evacuación. Perros y gatos recurren a las hierbas cuando sufren una intoxicación. Según las dosis, tienen un efecto eliminador en los pulmones (expectorante), en los riñones (diurético) o en los intestinos (laxante). Los elefantes se purgan con arcilla. Otros animales se revuelcan en barro arcilloso, improvisando purificadoras cataplasmas.

También el hombre ha hecho uso de estos recursos desde la más remota antigüedad. Las virtudes desintoxicantes de la sudación se usaba en los pueblos nórdicos europeos (sauna), en Medio Oriente (baños turcos) o en las tribus indígenas americanas (inipis, temascales). Las distintas religiones y filosofías siempre han prescripto períodos de purificación mediante prácticas de ayuno. En todo el mundo se han practicado las benéficas “curas de primavera”; por no hablar de las demonizadas técnicas de sangrado, las tiendas de sudación o la aplicación del barro.

En la enfermedad crónica, dado que el organismo tiene una sobrecarga tóxica importante y la fuerza vital disminuida, las crisis no podrán reestablecer el equilibrio de una sola vez, como ocurría en los trastornos agudos. Es por eso que las bronquitis, los eccemas o las crisis hepáticas se repiten periódicamente. Los esfuerzos depurativos se reiteran continuamente, pues nunca logran la desintoxicación necesaria del terreno.
Es por ello que el organismo necesita apoyo externo, pues su fuerza vital es incapaz de acabar con la toxemia. Precisamente, éste es el ámbito al cual apunta la publicación que tiene en sus manos: brindar herramientas y técnicas sencillas para colaborar con el organismo a superar los padecimientos crónicos, mediante el alivio de la carga tóxica que agobia a la estructura corporal.

ENFERMEDAD DEGENERATIVA

En este estadio, el organismo es incapaz de combatir la toxemia que lo agobia y en el esfuerzo por sobrevivir, debe acostumbrarse a funcionar en su presencia, tratando de hacerlo lo “menos mal” posible. El sistema defensivo pierde eficiencia e incluso comienza a agredir su propia estructura: es el caso de las enfermedades autoinmunes (artritis reumatoide) o de inmunidad aberrante (esclerosis múltiple, lupus, sida, etc.), sobre las cuales poco se conoce y menos se hace por resolverlas.

Hoy día resulta normal observar a grandes sectores de la población con graves trastornos inmunológicos. Incluso los niños vienen al mundo con fuerzas inmunológicas tan disminuidas y tal sobrecarga de desechos (recordar los cientos de tóxicos presentes en el cordón umbilical), que no hay crisis depurativa que pueda revertir dicho estado. Por eso vemos niños de 3 y 4 años con cáncer y recibiendo tratamientos de quimioterapia.

Haciendo una analogía técnica, el sistema inmunológico funciona como una computadora con naturales limitaciones físicas. Si operamos un par de programas al mismo tiempo, no habrá mayores problemas. Pero si queremos operar una decena de programas simultáneamente, entonces aparecerán los inconvenientes. La máquina se “tilda”, no responde ágilmente a las órdenes y comete errores.

Desgraciadamente, ese es el estado habitual de la inmunología en nuestra población, al ser exigida en forma desmedida y por gran cantidad de factores al mismo tiempo. Esos “tildes” son las alergias, las enfermedades autoinmunes, las afecciones virales crónicas, etc. La merma inmunológica afecta la salud y el bienestar en todos los ámbitos, incluso el emocional. Recientemente científicos argentinos concluyeron tras un estudio que “debería imaginarse la depresión como una enfermedad de tipo casi autoinmune”.

En esta fase de la enfermedad, las células, en lugar de moverse en líquidos nutritivos y limpios, deben vivir en fluidos cloacales inmundos. El trabajo celular no es normal y los tejidos se desorganizan cada vez más, llegándose a la destrucción: esclerosis, cáncer, úlceras varicosas, etc. Las células ya no siguen el comando inteligente de la fuerza vital y el cuerpo pierde su capacidad de defenderse como un todo organizado ante agresiones externas.

En este contexto, resulta de tal magnitud el caos orgánico que se ha generado, que ningún remedio será capaz de poner orden. De allí las dificultades que encuentran los investigadores en la lucha contra las enfermedades graves. La terapia con atajos no funciona. Mientras hay tiempo, no queda más que desandar el camino equivocado, rectificando los errores y estimulando la inmunología, a fin de recuperar la fuerza vital y la limpieza del terreno. Es el único medio genuino que nos permitirá obtener una completa y total remisión.

7. Toxemia y depuración.

A esta altura, es fácil comprender lo nefasto que resulta la represión de síntomas, siendo que el síntoma es apenas “la punta del iceberg” que es la toxemia crónica.

Este mal hábito, fruto de un contexto social que reclama soluciones instantáneas y un gran negocio basado en prometerlas, ha dejado en el olvido las bases de la terapéutica hipocrática. Los griegos hablaban de tres fases en el proceso curativo: en primer lugar el reposo; si no era suficiente, probar con la dieta; y solo en última instancia recurrir a la medicación. La medicina alopática se encargó de borrar las dos primeras fases, acortando camino hacia la medicación represora de síntomas. Tratamos al organismo como si fuese un “idiota” que hace mal las cosas o estuviera “fallado”.

Aunque no podemos considerarla una enfermedad, nuestro comportamiento frente a la sudoración es un claro ejemplo de la actitud represora de síntomas. El sudor es un canal natural de excreción de desechos, como veremos luego en el apartado referido a la piel. El organismo tiene glándulas específicas para eliminar toxinas detrás de las rodillas, detrás de las orejas, en la ingle y en las axilas. La presencia de sudor corporal es un indicador de buen funcionamiento de estas glándulas, mientras que su abundancia o el mal olor significan colapso tóxico y alimentación inadecuada.

Ahora bien, en lugar de corregir las causas del desequilibrio, utilizamos sustancias químicas sintéticas que bloquean la emisión del sudor: los populares antitranspirantes. Es más, ahora se ha puesto de moda una intervención quirúrgica [1] aplaudida por como un logro de la dermatología y destinada a… ¡¡¡eliminar las glándulas sudoríparas de las axilas!!! Se hace en pocos minutos y está orientada a personas con sudoración excesiva, o sea… ¡¡¡muy intoxicadas!!! Un detalle: tras la operación, las personas comienzan a sudar por la espalda o el tórax!!!... un pequeño “efecto secundario”… Y para colmar la capacidad de asombro, ahora se bloquea la sudoración con implantación de botox o toxina botulínica!!!

Los antitranspirantes -como su nombre claramente lo indica- evitan la transpiración; por lo tanto, impiden excretar las toxinas a través de las axilas. Estas toxinas no desaparecen mágicamente; al no poder ser evacuadas, pasan a las glándulas linfáticas que se encuentran debajo de los brazos. La mayoría de los tumores cancerígenos de seno, ocurren en este cuadrante superior del área de la mama, precisamente donde se hallan dichas glándulas. Ni hablar de los linfomas o cáncer linfático.

En opinión del Dr. Christopher Vasey, “las medicaciones represivas de síntomas, que van en contra de los esfuerzos de purificación del organismo, solo deberían emplearse cuando la vida del paciente está en peligro, cuando los dolores son demasiado fuertes o cuando hay una invasión microbiana generalizada”.

Como puntualiza el Dr. Robert Masson, director de estudios del Instituto de Naturopatía de París: “Prudencia frente a ciertas “curaciones”; como esos eccemas o soriasis muy mejorados, cuando no “curados” por pomadas generadoras de ceguera, epilepsia, cardiopatías, asma o tumores; leucorreas, poco o nada infecciosas, “reemplazadas” a consecuencia de un tratamiento local “muy eficaz” por mastosis, fibromas, esterilidad, asma, angina de pecho o depresión; hemorragias nasales cauterizadas, seguidas muy rápidamente por un Parkinson; hemorroides poco sangrantes, “rápidamente secadas”, seguidas de un ataque cerebral fulminante”.

Lamentablemente se ha generalizado el concepto de un remedio para cada enfermedad y cuanto más grave la enfermedad, más potente la medicación. O sea que seguimos luchando contra los efectos sin suprimir las causas: en el ejemplo del automóvil, continuamos apagando la luz de presión de aceite.
Al incrementarse la contaminación del terreno -por el aporte tóxico de los medicamentos empleados- y deprimirse cada vez más la fuerza vital, nuestro sistema inmunológico baja la guardia, pierde efectividad de acción y se abren las puertas para un estado más peligroso.


Extraído del libro "Cuerpo Saludable" (TODO ESTE ARTÍCULO ESTÁ BASADO EN ESTE LIBRO)

El lavaje colónico

Este efectivo y saludable procedimiento consiste en hacer circular agua a temperatura corporal (37°C) por simple gravedad y en flujo continuo. Se requiere la asistencia de un terapeuta y una particular camilla que permite adoptar una posición relajada. El paciente no retiene el agua que ingresa, sino que fisiológicamente va eliminando líquido y desechos mientras continúa ingresando agua limpia en flujo continuo. El agua ingresa por una diminuta cánula y se elimina por la diferencia de diámetro entre la cánula y el ano.

La sesión normal de lavaje colónico se resuelve en el arco de una hora. Cómodamente acondicionado en la camilla, el paciente va visualizando los desechos que elimina a través de un hermético conducto transparente, cuya imagen se proyecta en un monitor a disposición del paciente. Dicha visión ayuda a tomar consciencia respecto a todo el material tóxico que acumulamos en los intestinos y lo que ello provoca.

Si se hace por primera vez, el lavaje colónico suele requerir tres sesiones, una cada día, en jornadas consecutivas. Este ritmo puede eventualmente concentrarse en el arco de 48 horas, a fin de facilitar la práctica cuando la persona no puede atender la rutina normal de tres días. Lo que no resulta conveniente es distanciar las sesiones, dejando pasar varios días entre ellas

Es imposible pensar en disfrutar de la plenitud orgánica y resolver los problemas crónicos y degenerativos, sin antes restablecer la normalidad funcional de nuestros intestinos. Esta publicación, lejos de ser exhaustiva, pretende estimular la toma de consciencia sobre esta problemática que afecta, lo sepamos o no, a la mayoría de la población. Los intestinos son nuestros órganos de relación primaria con el alimento. A través de estos conductos, los nutrientes que ingresan al estómago (bolo alimenticio), sufren el necesario proceso de degradación y asimilación, con el objetivo de trasladar la materia nutricional útil, al órgano encargado de su procesamiento: el hígado. Los desechos resultantes de todo el acto digestivo, se excretan por la misma vía intestinal, a través del recto.

El recorrido se inicia en el intestino delgado, conducto de entre 5 y 6 metros de longitud (la tonicidad vital reduce su longitud a un par de metros) y unos 3 centímetros de diámetro, que une el estómago con el colon. Precisamente el tránsito prosigue por el intestino grueso ó colon, conducto de 1,5 metros de largo y hasta 8 centímetros de sección, que va desde el intestino delgado al recto. Si bien antiguamente se consideraba que el primero absorbía nutrientes y el segundo eliminaba desechos, veremos que en la práctica ambos cumplen las dos funciones y por ello, generalmente los consideraremos en conjunto. En primera instancia, debemos tomar conciencia que no se trata de metros de conducto inerte. Los intestinos de un organismo vital están formados por estructuras complejas e inteligentes: la red de capilares (sanguíneos y linfáticos), la mucosa intestinal y la sensible flora microbiana que allí habita.

Es importante conocer sus funciones y características principales, a fin de obrar de acuerdo a sus leyes y así cooperar con su tarea, restableciendo el orden natural.
Lamentablemente nuestro moderno estilo de vida no toma en cuenta este hecho y nuestro desconocimiento perjudica la actividad intestinal, sufriendo las consecuencias el organismo en su conjunto. No exageramos afirmando que la mayoría de los modernos problemas de salud, en el fondo se generan como consecuencia del desorden intestinal. El Dr. Bernard Jensen, toda una autoridad en la materia, en su libro “Limpieza de los tejidos a través del intestino” expresa: “Estoy convencido que en la actualidad, la autointoxicación intestinal es la principal fuente de sufrimiento y decadencia que afecta a nuestra sociedad. La intoxicación se convierte en amo del cuerpo, robando claridad de pensamiento, discernimiento, buen juicio, vitalidad, salud, felicidad y afectos. En cambio aporta una secuela de desequilibrios, desarreglos, desilusiones, amarguras, decepciones, perversiones, malestares, caos, fracasos y enfermedades.

Todo esto se debe a la ignorancia de la función intestinal, la producción alimentaria enfocada sólo al lucro, la orientación nutricional deficiente y los hábitos de vida equivocados”.
Si bien abordamos aparte las cuestiones relacionadas con el tránsito, la flora y la mucosa intestinal, vale aclarar que debemos considerar al tema como un todo integrado e interdependiente. Justamente el problema conocido como candidiasis crónica, sirve para ejemplificar estas influencias cruzadas y su influencia se deja sentir sobre todas las esferas de la función intestinal.

EL TRANSITO INTESTINAL

El intestino delgado recibe el bolo alimenticio que inicialmente procesa el estómago; el mismo está compuesto por saliva, jugos gástricos y el alimento ingerido. Con el aporte de secreciones pancreáticas, biliares e intestinales, en el intestino delgado prosigue la tarea de reducir las estructuras nutricionales complejas del alimento, a partículas sencillas que puedan ser utilizadas por el organismo. A grandes rasgos podemos decir que por acción enzimática y bacteriana (flora), los carbohidratos se descomponen en azúcares simples, las proteínas en aminoácidos y los lípidos en ácidos grasos. Los nutrientes que no han alcanzado a ser procesados y absorbidos en el intestino delgado (el caso de la fibra celulósica), son tratados en el colon (principalmente por acción de bacterias cólicas) y allí se completa la tarea de asimilación. En el colon también se sintetizan vitaminas (la K y algunas del grupo B, como el ácido fólico y la B12), las cuales se absorben, junto a minerales, agua y un reciclado de secreciones digestivas. Todo el material no asimilado, se evacua por el recto en forma de materia fecal.

El tránsito del bolo alimenticio por el intestino delgado es estimulado por movimientos musculares rítmicos (contracción y distensión) de la pared intestinal. Esta motilidad, conocida como peristaltismo, se encarga normalmente de completar el tránsito digestivo, en algo menos de 20 horas. Este movimiento es una respuesta refleja a la excitación que genera el bolo alimenticio sobre las terminaciones nerviosas de la pared intestinal; de allí la importancia de la adecuada presencia consistencia y volumen, a fin de garantizar una correcta estimulación motora.

Si el tránsito intestinal resulta demasiado lento, estaremos en presencia de estreñimiento o constipación, cuyas consecuencias son obviamente intoxicantes, dado que la red de capilares absorbe desechos estancados. Pero si el tránsito es demasiado rápido, el organismo no alcanzará a extraer los nutrientes del bolo alimenticio y estaremos en presencia de un estado diarreico y de mala absorción. Es obvio que ninguna de las dos condiciones resulta saludable.

Desde el punto de vista del ensuciamiento corporal, es obvia la influencia negativa de un tránsito intestinal irregular. El alimento que no se procesa en tiempo y forma, generará obviamente fermentación y putrefacción, con la consecuente producción de desechos tóxicos. Esto incrementa la reabsorción de sustancias nocivas (los desechos citados y los que deberían ser evacuados rápidamente), fenómeno favorecido por la mayor permeabilidad intestinal. Además se forman costras en los pliegues intestinales (causa de divertículos), lo cual provoca inflamaciones, falta de tono intestinal, incorrecta absorción de nutrientes, proliferación de microorganismos nocivos, causantes de infecciones urinarias a repetición y la creación del caldo de cultivo para el desarrollo tumoral.

Otro efecto del tránsito intestinal lentificado, es el prolapso y sus derivaciones. Este término esta habitualmente asociado al prolapso uterino, patología femenina consistente en la caída del útero. Atribuida a los partos, al sedentarismo, al trabajo pesado o a la debilidad de los tejidos de sostén, generalmente la cuestión se aborda con intervenciones quirúrgicas (del útero).

Sin embargo, pocos asocian este problema con el prolapso del colon transverso, segmento horizontal de intestino grueso que vincula el tramo ascendente o derecho con el descendente o izquierdo. Formado por un tejido muy suave, este tramo del colon es seriamente afectado por la fuerza de gravedad y la sobrecarga que provoca acumulación de desechos (moco colónico), debido al estreñimiento crónico. Cuando el colon transverso cae, todos los órganos ubicados por debajo sufren los efectos de su presión. En las mujeres presiona la vejiga, el recto, el útero, los ovarios y las trompas de Falopio. En el hombre, además de comprimir vejiga y recto, presiona la glándula prostática y la uretra (que conduce la orina desde la vejiga), generando dificultades de micción y retención de orina. Es decir que el prolapso del colon puede generar problemas de vejiga, trastornos uterinos y de ovarios, inconvenientes de próstata, hemorroides y hasta problemas articulares.

¿QUÉ COSAS AFECTAN AL TRÁNSITO INTESTINAL?

Ya veremos que muchos factores afectan la normalidad del tránsito intestinal al perturbar el equilibrio de la flora: el tipo de alimento consumido, el exceso proteico, la carencia de fibra, los azúcares refinados, los aditivos conservantes, los antibióticos alimentarios, los parásitos intestinales, los fluidos digestivos, los fármacos cotidianos…

Todo esto bastaría para justificar por sí mismo, el estancamiento y la anormalidad que se genera. Sin embargo hay más factores que influyen. Si bien hay cuestiones fisiológicas (como la anormal postura de evacuación), es importante destacar la fuerte influencia alimentaria: especialmente la carencia de fibra y la abundancia de sustancias mucógenas y opiáceas.

Precisamente el hecho que dos grandes protagonistas de la dieta moderna, como los lácteos y el trigo, reúnan ambos problemas, sirve para advertir su elevada y masiva influencia en la perjudicial irregularidad de nuestro ritmo evacuatorio.

SINTOMAS DE MALFUNCION INTESTINAL

Por todo lo antes visto y por simple sentido común ¿es posible pensar en resolver un problema crónico de salud sin ocuparse antes de resolver el desorden intestinal? La respuesta es obvia: no.

Para autodiagnosticar el desorden, resulta útil comenzar por conocer las condiciones del orden. Cuando los intestinos funcionan correctamente, las evacuaciones deben ser normales y generadas sin necesidad de otro auxilio externo que una alimentación equilibrada.

Dado que existe mucha confusión al respecto, conviene detenerse en la definición de normalidad, pues representa una de las herramientas sencillas y periódicas para controlar nuestro estado interno, sin necesidad de estudios sofisticados.

En primer lugar analicemos el tema de la frecuencia. Fisiológicamente, y respondiendo al reflejo gastrocólico (movimiento peristáltico masivo del colon, provocado por la entrada de alimentos en el estómago), que funciona naturalmente en los niños, deberíamos evacuar tantas veces al día, como comidas importantes hayamos realizado. Pero también debemos tener en cuenta la velocidad del tránsito intestinal. Mucha gente se califica de regular por el sólo hecho de evacuar diariamente, pero la supuesta regularidad puede encubrir retrasos de varios días, lo cual también significa constipación.

 Hay muchos factores que condicionan la duración del tránsito intestinal: contenido de fibra en el alimento, tipo de alimento ingerido, estado del sistema nervioso, actividad física de la persona, etc. El Dr. Harvey Kellogg, autoridad mundial en la materia, sostenía que en condiciones ideales, el tránsito intestinal puede llevar entre 15 y 18 horas. Su colega, el Dr. Bernard Jensen, autor del libro “Limpieza de los tejidos a través del intestino”, considera las 18 horas como el plazo normal entre ingesta y evacuación. Teniendo en cuenta que el moderno estilo de vida no es todo lo ideal que nuestra fisiología requiere, podemos convenir que los desechos deberían ser evacuados no más allá de 20 horas después de haberse ingerido el alimento. O sea que, en condiciones normales debemos evacuar dentro de las 20 horas de cada ingesta importante que realizamos.

Esto significa que los desechos de un almuerzo deben eliminarse en la mañana siguiente. Por cierto que el tipo de alimentación -y por tanto el tipo de flora resultante- condicionarán este período. Los vegetarianos, con flora prevalentemente fermentativa y mayor consumo de fibra, tendrán tendencia a un lapso más corto; en tanto una dieta carnívora, con predominio de flora putrefactiva y escasa fibra, provocará tiempos más largos. La preeminencia de alimentos refinados en la dieta, también será causa de ralentización del tránsito intestinal.

Podemos comprobar la velocidad de nuestro tránsito intestinal con una técnica muy sencilla: en la comida más importante del día (normalmente el almuerzo) debemos incluir una buena porción de algún nutriente de color (remolachas o espinacas), controlando luego el tiempo transcurrido hasta la aparición de heces teñidas de rojo o verde. Única precaución para no falsear el diagnóstico: no haber ingerido en los días previos, el alimento elegido como testigo. Si bien estas verduras pueden resultar ligeramente laxantes, son de todos modos indicadores eficaces para esta autoevaluación del tránsito intestinal.

Otra cuestión que brinda mucha información sobre nuestro estado intestinal, es el aspecto de la evacuación. Las heces normales se deben eliminar sin dificultad y deben tener: consistencia firme, sección uniforme, reducida y de estructura continua (forma de banana), color pardo, capacidad de flotar, ausencia de olor y no debe ensuciar la loza del inodoro ni el ano.

El abundante uso de papel higiénico y desodorantes, es un claro síntoma de los problemas intestinales de la sociedad moderna. Muchas indicaciones pueden extraerse de su aspecto anormal. El color amarillento o verdoso indica problemas biliares; el color oscuro, alto consumo de proteína animal y estreñimiento; la falta de forma, mucho consumo de lácteos y azúcares; heces contraídas, mucha sal, poco agua y falta de fibra; si se hunden, falta de fibra y/o mala masticación; sección abultada, excesiva dilatación del colon; color amarillento y consistencia pegajosa, dificultades en el páncreas y por ende en los niveles de glucosa en sangre.

Los gases intestinales también representan una señal sobre el funcionamiento intestinal. Si bien luego volveremos sobre el tema, podemos afirmar que en estado de equilibrio, las flatulencias deberían existir sólo ocasionalmente. La frecuente presencia de ventosidades, o peor aún, la habitual manifestación de este síntoma, indica excesiva fermentación o putrefacción de los alimentos en los intestinos, por tránsito demasiado lento y/o flora desequilibrada. Otro indicador inequívoco de problemas intestinales es el vientre prominente (panza). La lentificación del tránsito y la acumulación de escorias en las paredes del colon, provoca dilatación de su sección transversal y consiguiente presión sobre la pared abdominal y los órganos inferiores (prolapso).

El Dr. Jensen reporta de su práctica quirúrgica, un intestino grueso de 27 cm de diámetro. En otro caso cita un colon congestionado, extraído de una autopsia con un peso total de 18 kg! Resulta increíble que vayamos por la vida con toda esa vieja inmundicia acumulada en nuestras entrañas. El fenómeno de la distensión abdominal se ve agravado por carencias orgánicas (sobre todo de silicio, mineral responsable de la contracción del tubo intestinal) y también por falta de tono en la musculatura abdominal.

LA LIMPIEZA INTESTINAL

Frente a una frecuente acumulación anormal de desechos en los intestinos, y a los problemas que esto genera, resultará imperioso practicar un drenaje. Si bien es necesario modificar contemporáneamente las causas que generaron dicha acumulación (carencia de fibra, desequilibrio de flora, excesos proteicos…), es prioritario deshacerse urgentemente de las viejas costras acumuladas. Por ello consideramos a la limpieza intestinal como punta de lanza del Primer Andarivel del Paquete Depurativo.

En casos de estreñimiento leve u ocasional, puede bastar con incorporar fibras solubles o hierbas para normalizar el tránsito, pero difícilmente esta estrategia logre remover vieja materia adherida a las paredes intestinales. Como referencia, decíamos que el Dr. Bernard Jensen cita casos de autopsias que mostraban un diámetro de colon de más de 20cm y apenas una diminuta sección libre del diámetro de un lápiz! Un simple cálculo matemático nos indica que un estreñimiento de tres días, mucho más frecuente de lo que se cree, nos hace convivir con desechos de 15 comidas distintas.

En otra autopsia, el Dr. Jensen llegó a reportar 18kg de moco colónico en un solo individuo. No hay dudas que efectuar una limpieza intestinal es algo netamente benéfico. Siempre se constatan experiencias sorprendentes, como la eliminación de algún producto ingerido inadvertidamente tiempo atrás, además de parásitos, barro biliar y moco colónico. Todo ello es fácil de visualizar con la técnica del lavaje colónico.

La limpieza intestinal se traduce en una agradable sensación de quietud interior, que en los días siguientes se traducirá en un mejor sueño, mejor aliento, la desaparición de erupciones, granos y olores corporales. También deben señalarse sus efectos tónicos, como la estimulación del hígado y otras glándulas abdominales, especialmente el páncreas. Finalmente digamos que la limpieza del intestino comporta una mejor absorción y asimilación de los alimentos.

Debido a los efectos de esta verdadera “arma de destrucción masiva” que es el alimento moderno, no es de extrañar el amplio consumo de fármacos laxantes, cuyos principios activos resultan irritantes y tóxicos. A nivel natural, es siempre preferible el uso de lavajes, enemas, sales e hierbas. Son recursos útiles y confiables, pero que deben ser elegidos y utilizados con cierto conocimiento. De todos modos, nunca deberíamos ser dependientes de estos métodos para regularizar la función intestinal. Las técnicas de limpieza deben ser siempre utilizadas para drenar la acumulación tóxica y restablecer el orden fisiológico; la regularidad debe surgir luego, como natural consecuencia.

EL LAVAJE COLÓNICO

Este efectivo y saludable procedimiento consiste en hacer circular agua a temperatura corporal (37°C) por simple gravedad y en flujo continuo. Se requiere la asistencia de un terapeuta y una particular camilla que permite adoptar una posición relajada. El paciente no retiene el agua que ingresa, sino que fisiológicamente va eliminando líquido y desechos mientras continúa ingresando agua limpia en flujo continuo. El agua ingresa por una diminuta cánula y se elimina por la diferencia de diámetro entre la cánula y el ano.

La sesión normal de lavaje colónico se resuelve en el arco de una hora. Cómodamente acondicionado en la camilla, el paciente va visualizando los desechos que elimina a través de un hermético conducto transparente, cuya imagen se proyecta en un monitor a disposición del paciente. Dicha visión ayuda a tomar consciencia respecto a todo el material tóxico que acumulamos en los intestinos y lo que ello provoca.

Si se hace por primera vez, el lavaje colónico suele requerir tres sesiones, una cada día, en jornadas consecutivas. Este ritmo puede eventualmente concentrarse en el arco de 48 horas, a fin de facilitar la práctica cuando la persona no puede atender la rutina normal de tres días. Lo que no resulta conveniente es distanciar las sesiones, dejando pasar varios días entre ellas.

Previo a un lavaje colónico, la persona debe realizar una preparación consistente en algunos días a solo frutas crudas y licuadas. Esto se hace para desinflamar y descongestionar los intestinos y ablandar la materia estancada en la luz intestinal. Las sesiones encadenadas favorecen este proceso y permiten una rápida y espontanea regeneración de la flora. Al distanciar las sesiones, generamos el efecto opuesto: más congestión, más inflamación, más endurecimiento de los residuos tóxicos y más dificultades en la regeneración de la flora.
El lavaje colónico permite resolver una serie de patologías derivadas de esta toxemia y el desorden exacerbado por su cronicidad y magnitud, tales como contracturas, congestión hepática, parasitosis, hemorroides, prostatitis, hipertensión, edemas linfáticos, desorden circulatorio, diverticulosis, tiroidismo, proliferación tumoral, dificultades reproductivas, desorden menopáusico, carencias nutricionales, acidosis orgánica, estados depresivos, cuadros nerviosos, crisis fóbicas y psiquiátricas, diabetes, debilidad inmunológica, problemas posturales, dermatosis varias, lesiones renales, dificultades visuales, psoriasis, gastritis y reflujos...

Hay gente que se opone a los lavajes intestinales, argumentando que “barren la flora intestinal”. Una persona con crónicas acumulaciones tóxicas en el intestino, ya no tiene flora, sino “fauna” intestinal. Eliminando parásitos, fermentos, microbios y toxinas, solo se puede obtener beneficio y se evitará el uso de laxantes agresivos, que comprobadamente destruyen la flora benéfica e irritan las paredes intestinales. Además, el organismo regenera muy rápido (un par de días) la flora benéfica (fermentativa y aerobia), siempre que nuestros hábitos dietarios (crudos, fibra soluble, bacterias) ayuden.

El lavaje colónico es el único método que permite limpiar en profundidad todo el colon, hecho que compensa la necesidad de recurrir a un terapeuta especializado y su costo.
Los tradicionales enemas simples solo limpian un tramo del colon (el descendente). Además, el lavaje colónico no es un procedimiento incómodo, más allá del eventual traslado geográfico obligado por la distancia al terapeuta más próximo.

El lavaje colónico, como todo abordaje depurativo tiene ciertas limitaciones de sentido común en cuanto a su aplicación (hernias abdominales en fase aguda, operaciones recientes, embarazos de más de 4 meses, fallos renales…), debiendo evitarse siempre en medio de crisis agudas (fiebre, período menstrual, estado gripal…) y requiriendo la adecuada supervisión del terapeuta. Para ampliar conceptos respecto a esta especialidad, se puede consultar otros libros y sitios web.

Otra limitación del lavaje colónico es la imposibilidad de limpiar los varios metros de intestino delgado, que también acumulan toxemia crónica. La limpieza del intestino delgado es importante practicarla luego de realizar la depuración hepática profunda, pues cálculos y barro biliar se descargan al duodeno (apenas después del estómago), debiendo recorrer los dos intestinos antes de abandonar el cuerpo por medio de la evacuación. El método del agua salada tiene la ventaja de limpiar ambos intestinos, pero no resulta suficiente para remover viejas y consistentes acumulaciones de moco colónico.

A fin de favorecer la eficiencia del lavaje colónico, resulta fundamental que la persona atienda con especial cuidado su alimentación durante la semana previa a la limpieza. Es importante que la nutrición se base fundamentalmente en alimentos fisiológicos (frutas, hortalizas y semillas activadas), prevalentemente crudos y licuados. Incluso son claves los tres días previos, que deberían basarse en solo frutas crudas, preferentemente acuosas y licuadas.

La adopción de una dieta licuada y cruda, permitirá desinflamar y descongestionar el aparato digestivo, ablandando la vieja materia estancada y facilitando luego la limpieza de las paredes intestinales. Con esta precaución, el efecto depurativo del agua será mucho más eficiente y profundo. Es siempre preferible el licuado a un jugo, dado que así se preserva la integridad nutricia, el orden metabólico (la presencia de la fibra soluble nos pone a reparo de picos de glucemia) y se aprovechan todos los delicados componentes presentes en los vegetales.

Durante las sesiones del lavaje colónico, la persona debe mantener el protocolo nutricio, basándose en líquidos y licuados. También debe atender el reclamo por reposo que demanda el organismo. Dado que en cada sesión se movilizan muchas toxinas (no solo las que se excretan), el manejo de las mismas requiere de mucha energía y por esa razón el organismo nos “desenchufa”, a fin que reposemos y colaboremos en la tarea, evitando gastar más energía en otras actividades. Por eso la sensación de cansancio y las ganas de dormir que pueden aparecer, lo cual es una buena señal de la eficiencia con que se está realizando el proceso.

Una vez concluidas las tres sesiones, el organismo buscará regenerar espontáneamente la flora intestinal benéfica (aeróbica y fermentativa). Por tanto debemos colaborar con ese proceso, sembrando bacterias benéficas y aportando el sustrato nutricio que estimula su proliferación. Esto lo podemos hacer ingiriendo lactobacilos (ampollas bebibles, kéfir de agua), fermentos benéficos (chucrut, kimchi), fibra soluble (algas, algarroba, frutas) y oxígeno (crudos, respiración profunda, movimiento, agua oxigenada).

Otra indicación que sirve para reconocer el buen estado intestinal y comprobar si el lavaje colónico se ha realizado en profundidad y el proceso está concluido, es la sensibilidad intestinal al tránsito del agua. Si la preparación ha sido la correcta y las tres sesiones han sido bien aprovechadas, la persona debería poseer pleno registro de sensaciones en la mucosa colónica. Esto se puede verificar en las mismas sesiones del lavaje. Normalmente el terapeuta, hacia el final de cada sesión hace descender levemente la temperatura del agua, a fin de estimular un movimiento espasmódico en las paredes del colon, lo cual facilita el desprendimiento de eventuales costras adheridas. Con esta ayuda, deberíamos ser capaces de registrar la sensación del agua ligeramente más fresca y el tramo del colon por el cual está circulando.

En condiciones normales, la primera sesión del lavaje debería trabajar en el tramo descendente del colon (sección final, que se encuentra verticalmente a la izquierda del abdomen), la segunda sesión debería operar sobre el colon transverso (sección horizontal) y en la sesión final debería limpiarse el colon ascendente (tramo inicial que comienza en el ciego, en el costado derecho).

El objetivo final es sentir sensibilidad al agua fresca en este último tramo, generalmente la zona más tóxica y séptica, con presencia de barro biliar, parasitosis y materia fecal de vieja data. Este adecuado registro es síntoma claro que la limpieza ha sido concluida satisfactoriamente.

En caso de crónicas y patológicas acumulaciones, las tres sesiones pueden no ser suficientes y esto obliga a pensar en repetir el procedimiento más adelante, tras un período de práctica del Paquete Depurativo (limpiezas hepáticas, desparasitado, limpieza de fluidos, oxigenación interna, reposo digestivo, alimentación fisiológica), que ayudará al proceso de ablandamiento y desprendimiento.
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