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Detoxificación Parte 2

VISIONES PIONERAS

Según los estudios de Ragnar Berg -médico sueco fallecido en 1956, pionero en la investigación de la alimentación alcalinizante un 85% de nuestra dieta debe estar compuesta de elementos ricos en bases (de los cuales una parte debe estar en estado crudo) y sólo un 15% debería estar reservado a los alimentos acidificantes. Si bien Berg combatía los procesos de acidificación con preparados de sales alcalinas y citratos, sostenía que la mejor terapia era la de jugos frescos de frutas y verduras.

Este hecho resulta fácilmente comprobable cuando realizamos un día de ayuno bebiendo solamente jugos de frutas. Al día siguiente sentimos una sensación de alivio general en todo el organismo, ya que estamos permitiendo el proceso de purificación de los residuos ácidos, gracias al aporte exclusivo de bases y vitalizantes enzimas.

El Dr. Berg determinó que las verduras silvestres poseen mayor cantidad de sales alcalinas que las de cultivo. Esto ha sido confirmado por estudios franceses y alemanes, que demuestran una disminución de estos valores (y de otros nutrientes importantes), inversamente proporcional al aumento del uso de abonos químicos. Ello se debe a la disminución de minerales alcalinos y a la presencia de residuos ácidos.

También se ha probado experimentalmente que la fruta madurada artificialmente (en cámara) deja de comportarse como alcalinizante en el organismo. Son comprobaciones científicas de la involución cualitativa de la producción industrializada de nuestros alimentos.

William Howard Hay, creador de la dieta que se popularizó en los años 30, sugería una proporción en volumen del 20% en alimentos acidificantes y 80% en alcalinizantes. Arnold Ehret, propulsor de la dieta cruda, sugería eliminar todos los alimentos acidificantes. Paavo Airola, naturópata europeo, sostenía que necesitamos ambos tipos de alimentos, en sintonía con el concepto de balance yin-yang de los orientales.

En nuestro ámbito, el médico rosarino Samuel Sack hizo un aporte interesante al tema del equilibrio ácido-básico, desarrollando una técnica de remojo de alimentos ácidos en soluciones alcalinas (caldo de repollo blanco o agua bicarbonatada). Su sistema se basa en las propiedades alcalinizantes y neutralizantes de ácidos del repollo blanco. Estas virtudes se encuentran mayormente en el repollo crudo y en el agua de su cocción.

El remojo de los alimentos en caldo de repollo no altera su calidad ni su sabor, sino por el contrario, facilita su asimilación y transformación en el organismo, influyendo positivamente en el equilibrio ácido-básico. Al hervir, el repollo libera álcalis que pasan al agua y el proceso de neutralización de los alimentos sumergidos en ella se realiza en forma directa. El Dr. Sack recomendaba agregar siempre una hoja de repollo crudo a las ensaladas (en exceso puede producir gases), desaconsejando en cambio el consumo del repollo hervido.

Si bien este sistema puede resultar útil para personas que realizan una transición a una dieta alcalinizante, conviene circunscribirlo al período de conversión de hábitos. Estamos viendo que muchas reacciones metabólicas requieren condiciones de normalidad fisiológica, que estas intervenciones pueden alterar, impidiendo el correcto funcionamiento de procesos enzimáticos y vitamínicos.
Por ello es siempre más recomendable evitar los alimentos problemáticos (cárnicos, lácteos, refinados), antes que intentar “emparchar”. Hemos visto que las proteínas necesitan un medio ácido para la correcta acción enzimática de las proteasas que las degradan en aminoácidos. Por esto, alcalinizar carnes y lácteos puede convertirse en arma de “doble filo”, dificultando su asimilación o exigiendo esfuerzos extras al organismo, a nivel de secreciones gástricas y enzimáticas. De allí, que resulte preferible eliminar estos alimentos, antes que “corregirlos a ojo”.

ALCALINIZANTES Y ACIDIFICANTES

Veamos que se entiende por alimentos acidificantes y alcalinizantes. Nuestros nutrientes (como todos los elementos de la Naturaleza) tienen distintos grados de acidez o alcalinidad. El agua destilada es neutra y tiene un pH 7. Básicamente todas las frutas y verduras resultan alcalinizantes. Si bien la fruta tiene un pH bajo (o sea que resulta ácida), debemos evitar una generalizada confusión: no es lo mismo la reacción química de un alimento fuera que dentro del organismo.

Cuando el alimento se metaboliza, puede generar una reacción totalmente distinta a su característica original. Es el caso del limón o de la miel. Ambos tienen pH ácido, pero una vez dentro del organismo provocan una reacción alcalina. Distinto es el caso de las células animales. Tanto la desintegración de nuestras propias células como la metabolización de productos de origen animal, dejan siempre un residuo tóxico y ácido que debe ser neutralizado por la sangre.

Así vemos la diferencia básica entre un alimento de reacción ácida (que obliga a robar bases del organismo para ser neutralizado) y un alimento de reacción alcalina (que aporta bases para neutralizar excesos de acidez provocados por otros alimentos o por los propios desechos orgánicos del cuerpo).
A fin de servir como referencia didáctica, veamos la tabla que expresa en grados de acidez o alcalinidad, la reacción metabólica de ciertos alimentos en el organismo humano. Esta información es muy interesante a título orientativo, pues nos permite comprender cómo funcionan ciertos alimentos en nuestro cuerpo.


Valores que indican grado de alcalinidad y acidez. Tabla elaborada por Bridges y modificada por Cooper, Barber y Mitchell

También los minerales juegan un rol importante en el comportamiento acidificante o alcalinizante de los alimentos y ello nos permite hacer una elección más consciente. Por lo general resultan acidificantes aquellos alimentos que poseen un alto contenido de azufre, fósforo y cloro. En cambio son alcalinizantes aquellos que contienen buena dosis de calcio, magnesio, sodio y potasio.

En general los cereales generan desechos ácidos al ser metabolizados: ácido sulfúrico, fosfórico y clorhídrico. Esto resulta más marcado en el trigo y el maíz (los indígenas americanos remojaban el maíz en agua de cal). El mayor contenido en minerales alcalinos hace que otros cereales resulten más alcalinizantes: mijo, cebada, quínoa, trigo sarraceno. El arroz integral es considerado como neutro en la dietética oriental.
Por su parte las legumbres y las semillas son ligeramente acidificantes por su contenido proteico, aunque no todos por igual, con excepciones como las almendras y los porotos blancos, aduki y negros. Los lácteos son elementos acidificantes, aunque la leche fresca sin pasteurizar sea ligeramente alcalina. La pasteurización acidifica la leche y por tanto a todos sus derivados.

Mientras la dietología clásica y la ciencia de la alimentación no dan importancia o ignoran totalmente esta distinción, en una Nutrición Depurativa es muy importante conocer la reacción de los alimentos. Además es importante manejar otros aspectos que tienen que ver con la preparación misma de las comidas.

Por ejemplo: se ha demostrado que un 40-60% de los elementos minerales y un 95% de las vitaminas y bases se pierden en el agua de cocción de las verduras. Resulta entonces que el alto contenido básico que poseen las verduras -y que resulta tan útil para el equilibrio sanguíneo- se desvaloriza. Incluso las verduras llegan a presentar naturaleza ácida cuando se tira el agua de cocción.

De allí la importancia del sistema oriental de cocer las verduras al vapor en cestas de acero o bambú, o sea sin que estén en contacto directo con el agua. También comprendemos el alto valor terapéutico de los caldos, que conservan todo el contenido alcalino de las verduras y que resultan tan reparadores en enfermos y convalecientes.
Lamentablemente la acidosis (disminución de la reserva alcalina en la sangre) se está convirtiendo en una enfermedad social que provoca grandes problemas y que generalmente no se diagnostica. Sin embargo nadie se preocupa por advertir sobre el problema. Por el contrario, el bombardeo publicitario incita al consumo masivo de productos industriales, que resultan altamente acidificantes.

Dejemos de lado (por lo obvio) carnes y hamburguesas, que muchas personas logran disminuir o evitar. Gaseosas basadas en azúcares refinados y compuestos acidulantes; bebidas alcohólicas, alimentos elaborados con cereales, grasas y azúcares refinados; lácteos industrializados y especialmente quesos; aditivos alimentarios, conservantes… forman un coctel explosivo que se ingiere los 365 días del año, varias veces por día y en grandes cantidades.

ÁCIDOS BUENOS Y MALOS

Claro que no todos los ácidos son malos. En nuestros alimentos hay ácidos beneficiosos y otros perjudiciales. Entre los beneficiosos podemos citar a los frutales. El caso de los ácidos: cítrico, málico, tartárico, fumárico, etc. Estos ácidos orgánicos débiles, una vez metabolizados en el organismo se combinan con minerales (sodio, calcio, potasio) y dan lugar a sales minerales, carbonatos y citratos (elementos que tienen la capacidad de fluidificar y alcalinizar la sangre) o bien se oxidan en la sangre y son eliminados del organismo como anhídrido carbónico, activando la ventilación pulmonar.

He aquí la explicación del benéfico efecto del limón, cuyo jugo ácido es utilizado para la hiperacidez de estómago. Otro ácido interesante es el láctico (fermentos), de benéfico efecto sobre el equilibrio de la flora intestinal.

Definitivamente nefastas para el organismo resultan las ácidas bebidas gaseosas, hoy omnipresentes en la cotidianeidad alimentaria. Los azúcares de por sí generan ácidos en su proceso metabólico (ácido acético). A ello se agregan los aditivos acidulantes (ácido fosfórico pH 2,8) y el ácido carbónico, generándose un coctel dañino, que se potencia con los grandes volúmenes de consumo diario.

Párrafo aparte para los ácidos presentes en carnes, embutidos y lácteos (úrico, butírico, nítrico, sulfúrico). Como decíamos al principio, toda desintegración de células animales -de nuestro propio cuerpo o de alimentos animales- deja un residuo tóxico y ácido. Estos residuos, además de consumir bases para poder ser neutralizados en la sangre, deben ser luego eliminados del organismo.

En la juventud, el buen funcionamiento de los órganos de eliminación (principalmente riñones y piel), hacen que los ácidos sean eliminados satisfactoriamente. Pero con el correr de los años, al acentuarse los efectos nocivos de la acidificación en el organismo, estos órganos pierden eficiencia. Al no poder ser eliminados del organismo, el ácido úrico y otros residuos metabólicos de naturaleza ácida, son retenidos fundamentalmente por el tejido conjuntivo, así como por los huesos y cartílagos del cuerpo, con el objetivo de retirarlos del flujo sanguíneo y poderlos eliminar más adelante.

Esto sirve de origen a dolencias tales como: artritis, artrosis, reumatismo, fibromialgia, enfermedades del corazón, de los nervios, ciática, alergias, eccemas, herpes, urticaria, asma, nefritis, hepatitis, cálculos, arteriosclerosis y un estado de enfermedad latente pronto a manifestarse.

Las consecuencias que tiene para la salud una acumulación persistente de residuos o escorias (que el organismo debería eliminar y no puede), son funestas. Según la naturaleza de cada persona, comenzarán a presentarse a corto plazo los primeros síntomas del padecimiento de una u otra enfermedad (signos de alarma), que variarán según cuales sean los tejidos u órganos afectados.

Una alimentación pobre en bases entorpece el normal proceso de combustión en los tejidos celulares, dando lugar a la formación de estos residuos de naturaleza ácida, muchos de los cuales no pueden ser eliminados por la orina. Aportando una alimentación rica en bases y/o disminuyendo el contenido proteico, posibilitamos una eliminación masiva de estos desechos, depurando así el organismo.

Todo esto nos permite comprender que aún una dieta que excluya la carne (vegetariana) puede no ser ideal y puede resultar acidificante si se consumen en exceso: huevos, quesos, legumbres, oleaginosas, cereales refinados, café, té, chocolate, gaseosas y azúcar blanca. En una clásica expresión que oímos de mucha gente, se puede advertir este involuntario pero grave error de concepto. "Pero si como sano; no como carne; como acelga hervida, un poco de queso, fideos, tomo té negro con galletitas y mermelada..." ¡¡¡O sea, todos alimentos acidificantes!!!

Para finalizar, debemos considerar otros perjudiciales ácidos no alimentarios, presentes en nuestra jornada cotidiana y que colaboran con la acidificación corporal. Nos referimos al ácido nicotínico del tabaco, el ácido acetilsalicílico de los analgésicos, el ácido clorhídrico que genera el estrés y los ácidos provenientes del smog y la contaminación ambiental. También debemos tener en cuenta los ácidos generados en la incorrecta función intestinal, a raíz de los procesos de putrefacción y fermentación.

ACIDEZ, ENZIMAS Y VITAMINAS

Ya hemos visto la importancia de la actividad enzimática. Además de la temperatura, el pH es otro de los enemigos de la correcta función de las enzimas. Como se explica en el apartado “El proceso digestivo”, las enzimas que actúan sobre hidratos de carbono y lípidos, requieren un ambiente alcalino para funcionar correctamente. Por ello su acción se interrumpe en presencia de las ácidas secreciones estomacales, que en cambio permiten el trabajo de las proteasas sobre las estructuras proteicas.

En este sentido, resulta clave la adecuada secreción biliar para restablecer la alcalinidad del bolo alimentario en el intestino delgado, donde amilasas y lipasas deben completar su tarea digestiva sobre carbohidratos y grasas.
Al igual que las enzimas, las vitaminas son también sensibles a las variaciones de pH, o sea a los distintos grados de acidez o alcalinidad presentes en el medio donde deben actuar. Esto se ilustra en el cuadro del apartado “Pérdida de nutrientes”, donde se aprecia la sensibilidad de vitaminas claves como la A, la B1, la C, la D y la E.

Todo esto nos lleva a una mayor valoración de la importancia que tiene el correcto equilibrio fisiológico del pH en nuestros fluidos corporales, sobre todo sangre, linfa y líquido intracelular. Es allí donde se generan las condiciones para que enzimas y vitaminas puedan cumplir su cometido específico. Muchas veces las carencias se intentan resolver con el aporte de suplementos, que más allá de la dudosa eficacia de la síntesis química, no podrán actuar en un medio incorrecto desde el punto de vista del pH.

DIETA ALCALINA

Ante todo debemos hacer del comer, un acto plenamente consciente. El estrés, las obligaciones y las tensiones, han provocado la transformación de nuestra nutrición en algo mecánico o apenas placentero. Nuestros problemas de salud -que todos arrastramos, como consecuencia de años de errores- nos deben servir como incentivo para comenzar a modificar nuestros hábitos, prestando atención a qué y cómo comemos.

Tampoco es cuestión de caer en el extremo de andar contabilizando y estudiando cada cosa que llevamos a la boca. Pero sí comenzar a concientizarnos para mejorar la calidad de nuestra nutrición y en definitiva la calidad de vida. Atender al equilibrio ácido-básico de nuestro organismo nos permitirá eliminar una gran cantidad de síntomas, muchos de los cuales ya los consideramos normales, de tanto convivir con ellos.
El éxito del cambio de actitud se basa en el gradualismo. Teniendo noción sobre que alimentos son acidificantes y cuales alcalinizantes, es bueno comenzar a modificar la ecuación de nuestra ingesta diaria. Proponerse inicialmente un 2 a 1 (dos partes de alcalinizantes por cada parte de acidificantes) para luego llegar a un óptimo 4 a 1.

No debemos tener miedo a exagerar con los alimentos alcalinizantes. Ya vimos que el problema está dado por el exceso de ácidos. De haber exceso de bases -cosa muy poco probable en organismos recargados de desechos- hay siempre en la sangre grandes cantidades de anhídrido carbónico para neutralizarlas.

También es importante que cada persona adecue la alimentación a su realidad corporal, social y laboral. Las personas nerviosas, delgadas, friolentas, alérgicas, con dolores articulares, neuralgias, con tendencias a caries, cálculos u osteoporosis; obviamente tendrán mayor urgencia y necesidad de alcalinización. Así como no todos somos iguales, tampoco todas las épocas del año exigen los mismos nutrientes.

Lo importante es basarnos en el abundante consumo de frutas (de estación y bien maduras) y verduras (preferentemente crudas, cocinadas al vapor o consumidas con su agua de cocción en forma de sopas). Hacer mucho uso de repollo blanco (crudo), zanahoria, apio, papa, batata, nabos, hojas de ensalada, berenjenas, pepino y tomate. Las algas, por ser verduras marinas, corresponden a este grupo y son muy alcalinizantes debido a su riqueza en minerales básicos (magnesio, calcio, sodio, potasio). Entre las frutas, usar: limón, caqui, cereza, manzana, melón, sandía, naranja, mandarina, pomelo, damasco, ananá, banana, durazno, pera, arándano y uva.

Demás está decir la importante que es consumir frutas y verduras de cultivo natural, o bien silvestres, dada la mayor acidez que generan los cultivos industriales. Esto puede parecer difícil en las grandes ciudades, pero es bueno insistir en la búsqueda de productores orgánicos que están apareciendo en los cinturones verdes de las urbes.

Usar los cereales menos acidificantes (arroz, trigo sarraceno) o alcalinizantes (quínoa, mijo o cebada). Entre las frutas secaspreferir almendras, sésamo, dátiles, pasas de uva y castañas. Dentro del grupo de legumbres, los porotos blancos, negros y aduki resultan ser los más alcalinizantes.

Como endulzante preferir la miel de abejas o el azúcar mascabo integral. Usar fermentos alcalinizantes, como el miso, la salsa de soja, el chucrut, los pickles en salmuera, el agua enzimática (rejuvelac), las umeboshi y los germinados en general, incluidas las semillas activadas.

A nivel hierbas, se destacan como alcalinizantes: el diente de león (por suerte es una "plaga" a lo largo y ancho del país), la bardana, la ortiga, la cangorosa, el incayuyo y el té verde. También hay hierbas de marcado efecto depurativo como el mil hombres, el palo azul, la espina colorada, la ulmaria o la zarzaparrilla.

Todo esto no quiere decir que debamos dejar totalmente de lado los alimentos "acusados" como acidificantes; simplemente debemos ingerirlos balanceados por los alcalinizantes. Por cierto que el exceso de alimento es causa de acidificación corpórea; una razón más para buscar la frugalidad en base a alimentos “íntegros”, que con escaso volumen satisfacen las necesidades básicas. Algo difícil de lograr cuando nos alimentamos con calorías “vacías” de contenido nutricional, o cuando el alimento se convierte en una descarga emocional o, peor aún, en una adicción.

4. Enzimas y toxemia.

En 1940 el Dr. Edward Howell, un investigador pionero en el campo de las enzimas, planteó algo revolucionario: la enfermedad crónico-degenerativa es el resultado de una deficiencia enzimática severa. Si bien el tema es desarrollado en el libro “Nutrición Depurativa”, dada su íntima conexión con la cuestión nutricional, no podemos dejar de citar aquí su estrecha vinculación con la toxemia corporal.

Las enzimas son moléculas esenciales y básicas en casi todas las reacciones de la química corporal. Vienen a ser como las chispas que provocan la detonación de la mezcla en un motor a explosión: no son parte constitutiva del proceso, pero sin ellas el proceso no puede realizarse. Dicho de otro modo, son catalizadores: no reaccionan con las sustancias sobre las que actúan (sustrato) ni alteran el equilibrio de la reacción, pero estimulan el proceso y su velocidad.

El organismo posee la capacidad de producir y almacenar enzimas, tanto digestivas (para la asimilación de los alimentos) como metabólicas (para las funciones corporales. En estado natural, todos los alimentos están dotados de las enzimas necesarias para su pre digestión. Dado que durante 4.700.000 años el ser humano, al igual que el resto del reino animal, evolucionó nutriéndose con alimentos altamente enzimáticos (crudos), su organismo está naturalmente orientado a la producción de enzimas metabólicas, que sostienen la actividad de células y tejidos.

La irrupción del fuego comenzó a modificar este equilibrio, ya que las enzimas se destruyen con el calor, apenas por encima de los 50ºC. La cocción de los alimentos eliminó este natural aporte enzimático externo, obligando al cuerpo a resolver el déficit emergente, para que los nutrientes pudiesen ser correctamente asimilados.

Como enunciara el Dr. Edward Howell [2], la carencia enzimática del alimento cocinado, obliga al organismo a distraer enzimas metabólicas para completar el proceso digestivo. A largo andar, esta demanda produce agotamiento y anula funciones fisiológicas, como la inmunología y la depuración.

Dado que las enzimas son imprescindibles para todos los procesos y funciones celulares, su carencia repercute en las más variadas esferas fisiológicas. Procesos como la coagulación sanguínea o la síntesis hormonal, dependen de la adecuada presencia enzimática. Hoy se sabe que la correcta función enzimática puede incrementar la síntesis de colesterol “bueno” a fin de evitar problemas cardiovasculares.

Incluso las tareas de desintoxicación se resienten. Hay enzimas capaces de licuar el pus para permitir su drenaje y de ablandar la mucosidad que congestiona los bronquios y genera síntomas asmáticos. También hay enzimas proteolíticas que cumplen un importante rol antiinflamatorio, incrementando el flujo sanguíneo en la zona afectada, mejorando la nutrición y la oxigenación, impidiendo la formación de coágulos y reduciendo el dolor y la hinchazón.

En un estudio llevado adelante por el Dr. Gerner sobre 115 personas con 28 diferentes procesos infecciosos en estado agudo, mostraron un incremento del 73% en los niveles de enzimas excretadas en la orina. Durante los procesos agudos, estados febriles y exigencias musculares, el cuerpo utiliza mayor cantidad de enzimas, las cuales son más activas que a temperatura corporal normal. O sea que a mayor reserva enzimática, mayor eficiencia inmunológica y vitalidad defensiva.

ENZIMAS LIMPIADORAS

A modo de ejemplo, digamos que hay aproximadamente un centenar de diferentes tipos de enzimas circulando en la sangre para limpiar desechos y evitar la formación de placa. Cuando el cuerpo tiene carencias de dichas enzimas, se genera la formación de placa arterial. Es obvio que a mayor presencia de placa, el corazón debe incrementar la presión de empuje (hipertensión) y por tanto el volumen del músculo cardíaco (hipertrofia ventricular).

¿Cómo es que se presenta una falta de estas enzimas en sangre? Si se ingiere comida cocida, de algún lugar el organismo debe obtener enzimas para digerirla. Es aquí cuando las enzimas metabólicas se transfieren de su función normal (especialmente del sistema inmune), para ocupar el rol digestivo, dejando el cuerpo carente y expuesto a una futura enfermedad.

Howell afirmaba que la longevidad es proporcional a la disponibilidad de enzimas metabólicas, comparando a las reservas enzimáticas con una cuenta bancaria: al comer alimentos crudos se incrementa el saldo y al ingerir cocidos se reduce: el envejecimiento prematuro seria una especie de “bancarrota enzimática”.
Un estudio del Michael Reese Hospital de Chicago (EEUU) mostró evidencias del empobrecimiento enzimático en la vejez. Midieron la concentración de enzimas salivares en dos grupos de personas: adultos (entre 21 y 31 años), y ancianos (entre 70 y 100 años). En el grupo de ancianos observaron 30 veces menos concentración de enzimas.

El Dr. Howell descubrió que durante el ayuno se presenta un incremento de las enzimas disponibles en el organismo, debido a la ausencia de demanda alimentaria, especialmente alimento cocinado. En ausencia de exigencia digestiva, el organismo dispone demás enzimas para la reparación y la curación del cuerpo. Esto confirma la validez del ayuno frutal, pues además de aliviar la tarea digestiva con el alimento más fácil de metabolizar, el cuerpo recibe aporte de enzimas externas.

5. Tipos de toxemia.

En el lecho de muerte, Louis Pasteur -demonizador de los virus y alabado por ello, intentó enmendar su error, al afirmar: “El virus no es nada, el terreno lo es todo”. Pero su declaración póstuma pasó y pasa inadvertida. Como pasa inadvertida la afirmación básica de la medicina natural: “La causa profunda de todas las enfermedades es la suciedad del terreno producida por la acumulación de desechos”.

Como hemos visto, los desechos orgánicos no se depositan en un solo lugar, sino que circulan por todo el cuerpo. El organismo todo sufre la sobrecarga, pero como cada persona tiene su punto débil, es allí donde aparecerá la crisis visible y dolorosa. Lamentablemente, terapeuta y paciente por lo general olvidan esta realidad, enfocándose en los síntomas y olvidando las causas primarias.

El moderno concepto de diagnóstico sirve sólo para rotular al barómetro de una caldera a punto de explotar por exceso de presión. Es inútil ocuparse del barómetro. Por sentido común, debemos disminuir la presión de la caldera. Aliviada la presión, el barómetro, por sí mismo dejará de indicar el estado de emergencia.
Llevemos la analogía a nuestro automóvil, mecanismo sencillo de comprender y al cual generalmente le brindamos mejores atenciones que a nuestro organismo, tal vez porque aquel nos costó esfuerzo y éste fue un regalo de la existencia. Imaginemos que viajando en ruta, se nos enciende la luz roja de presión de aceite. ¿Qué hacemos?
El sentido común aconsejaría detenernos de inmediato e investigar la causa que originó el inconveniente: falta de lubricante, problema de la bomba de aceite, rotura del carter, etc. Resuelta la dificultad, arrancaremos el motor y veremos que la luz roja se apaga por sí sola.

En cambio ¿qué hacemos cuando algo similar sucede en nuestro organismo? Por lo general, desenchufamos el bulbo de la luz roja. O sea, buscamos una “pastillita mágica” que apague el indicador de alarma: algo que baje la presión, el colesterol, la glucosa, las hormonas tiroideas, la inflamación o cualquier otro parámetro fuera de norma, sin preocuparnos de revisar la causa que activó la alarma.

Si obramos así en el automóvil, ¿qué sucederá? Inicialmente seguiremos como si nada, confiados por no ver más la luz roja. Pero unos kilómetros después sobrevendrá el desastre: el motor claudicará. Esto es inexorable en la mecánica vehicular... y también lo es en la lógica del funcionamiento corporal.

Es más, el moderno sistema de monitoreo médico ha generado una obsesión por los parámetros fuera de norma. Profesionales y pacientes viven pendientes del valor de glucosa, presión, colesterol, hormona tiroidea, triglicéridos o densidad ósea. A través de fármacos se obtiene la ilusoria satisfacción de poner en caja los guarismos desequilibrados. Sería como si en el ejemplo del automóvil, moviésemos con la mano la aguja del manómetro de presión de aceite, hasta llevarla a zona de seguridad. ¿De qué nos sirve, si el desequilibrio profundo se mantiene?

Todo esto es sencillo de corroborar en la práctica. ¿Cómo es posible que un simple drenaje de toxinas pueda provocar la remisión de distintos síntomas en una persona, por diferentes que éstos sean? La concepción de la enfermedad como consecuencia de la sobrecarga tóxica, se opone a la concepción microbiana, donde todo parece ser resultado de la acción de virus y bacterias. Y es lícito preguntarse: si los microbios son tan letales, ¿cómo es que ciertas personas sucumben ante ellos y otras tienen reacción nula?
Los microbios no son más que huéspedes de un terreno sobrecargado, que permite su expresión o desarrollo. Podrá argumentarse que todo depende de la fortaleza del sistema inmunológico de cada persona, pero como veremos luego, la eficiencia de nuestro sistema defensivo, como toda parte integrante del cuerpo, es consecuencia directa del estado de limpieza de nuestros fluidos internos. O sea que: el terreno lo es todo.

TOXINAS INTERNAS

Nuestro organismo depende totalmente de aportes externos para construirse, renovarse y funcionar. O sea que está perfectamente preparado para procesar sustancias que vienen del exterior, convirtiéndolas en elementos útiles para el funcionamiento corporal. Hasta los nutrientes más nobles y puros, requieren de procesos degradatorios y asimilatorios, que implican producción de desechos metabólicos.

Asimismo, la continua regeneración celular de órganos y tejidos, provoca cantidad de células muertas que deben ser eliminadas de inmediato. Para hacer frente a esta vasta tarea, el cuerpo se ha dotado de un grupo de órganos especializados para tal fin: losemuntorios.

Pero si las toxinas son naturales y estamos dotados de una buena estructura de órganos de eliminación, ¿por qué nos intoxicamos? O lo que es igual, ¿por qué enfermamos? La respuesta es muy sencilla: Porque sobrepasamos la natural capacidad de eliminación, o sea,generamos más desechos de los que podemos evacuar.

Visualizando el origen de las toxinas que procesamos, podremos tener una mejor idea de cómo limitar su generación y colaborar con el exigido funcionamiento corporal. Debemos tener en cuenta que la realidad moderna es muy diferente que la de nuestros antepasados. Ellos debían lidiar sólo con algún fruto tóxico, alergenos naturales, microbios y desechos normales de los procesos metabólicos internos. En cambio nosotros estamos sumamente afectados por la degradación del medio ambiente y sobre todo por la alimentación industrializada. Pero vayamos por partes.

La mayor cantidad de toxinas proviene de la natural degradación de los alimentos ingeridos, proceso necesario para convertir los nutrientes en sustancias más simples, capaces de generar energía y material constructivo. Estas transformaciones producen desechos, cuya eliminación esta prevista en el funcionamiento orgánico. Por ejemplo: las proteínas, al desdoblarse en aminoácidos, generan urea y ácido úrico; la combustión de la glucosa produce ácido láctico y gas carbónico; las grasas mal transformadas, ácidos cetónicos.

Estas toxinas del metabolismo interno son perfectamente toleradas por el organismo, siempre y cuando no superen cierto límite. Este límite está dado por nuestra capacidad de digerir, combustionar y eliminar. Al superar este umbral, los desechos, aunque naturales, se convierten en una amenaza para el cuerpo, entorpeciendo su normal funcionamiento.

Para visualizar como funciona el proceso de acumulación, veamos un par de cifras orientativas relacionadas con los riñones. Estos órganos deberían eliminar 25 a 30 gramos diarios de urea. Si sólo eliminan 20, significa una retención de 5 gramos por día, o sea 150 gramos mensuales.
Esto permite entender la importancia de una alimentación sobria y frugal, de buena calidad y en dosis adecuada a nuestro desgaste calórico. Aún con alimentos sanos y naturales, si comemos más de lo que gastamos, estamos creando un problema adicional al organismo, que debe lidiar con sustancias que no puede utilizar y/o eliminar… y que algún destino deberán tener!!!

La sobrealimentación y el sedentarismo se han convertido en grandes problemas de la sociedad moderna. Es muy sencillo que las personas ingieran más de tres mil calorías diarias y gasten mucho menos de dos mil. Por su parte, el sedentarismo no solo impide la necesaria combustión de calorías excedentes, sino que dificulta la correcta oxidación de los residuos del metabolismo celular, con lo cual se generan aún más desechos tóxicos.

Todo esto se ve agravado por el nefasto sistema de producción industrial de los alimentos. Los procesos de manipulación y refinación quitan preciosos elementos vitales y ello lleva al consumo de mayor volumen, en el intento de cubrir las necesidades netas de vitaminas y minerales.

Los problemas de la sobrealimentación no son sólo de acumulación. Cuando superamos la capacidad de procesamiento de nutrientes que tiene nuestro sistema digestivo, generamos una masa de alimentos mal transformados cuya tendencia es la fermentación y la putrefacción, lo cual produce nuevos venenos, que incrementan a su vez el ensuciamiento general. Esto se ve agravado por el estrés y los ritmos antinaturales, que merman nuestra capacidad metabólica.

TOXINAS EXTERNAS

Pero el alimento moderno tiene otros oscuros aspectos relacionados con la intoxicación del organismo y que van más allá de la abundancia. Si bien el tema se desarrolla ampliamente en otra publicación, repasemos aquí lo estrechamente relacionado con la toxemia corporal.
Las técnicas actuales de producción primaria e industrialización, además de empobrecer la calidad del alimento, generan una nefasta carga de sustancias eminentemente tóxicas, que de ninguna manera estamos preparados para procesar. Insecticidas, herbicidas, fungicidas, fertilizantes químicos, antibióticos, vacunas, hormonas sintéticas, balanceados industriales, granos transgénicos… son solo algunas de las sustancias que se utilizan en la producción de alimentos y que, directa o indirectamente, ingresan a nuestro organismo, diariamente y en altas concentraciones. Un ejemplo: nadie relaciona la gran cantidad de problemas endocrinos (menopausia, tiroidismo, etc.) con la continua ingesta de hormonas sintéticas que se “mimetizan” con las naturales y nos causan un verdadero caos hormonal.

A ello se agrega otra gran cantidad de sustancias químicas artificiales que utiliza la industria elaboradora: conservantes, saborizantes, emulsionantes, estabilizantes, antioxidantes, colorantes, edulcorantes, grasas transaturadas (margarinas), etc. Todo esto se hace en el respeto de legislaciones que establecen dosis tolerables por el organismo. Claro que las normas se hacen para cada compuesto individualmente y en base teórica.

Nadie toma en cuenta la sumatoria de estas dosis, ni sus interacciones reales. Un estudio británico demostró recientemente que la mezcla de ciertos colorantes artificiales y el benzoato de sodio (conservante de uso habitual en refrescos), influye en el comportamiento y en los desordenes de conducta de los niños. Otros estudios indican que, en promedio, ingerimos anualmente varios kilogramos de dichas sustancias. Y adivinen ¿quién debe lidiar con esa carga?

Aquí no termina el inventario de sustancias tóxicas que diariamente introducimos al organismo. Falta aún lo que ingerimos en medicamentos, detalle no menor en un país como el nuestro, que ingiere, por ejemplo, seis millones de aspirinas diarias. Nuestra sociedad es ávida consumidora de analgésicos, antiinflamatorios, sedantes, estimulantes y una larga lista de fármacos de uso corriente, alegremente publicitados en TV como si fueran inocuas golosinas.

Pero no solo ingresamos tóxicos por vía digestiva. La piel es otro órgano permeable a elementos indeseables: cosméticos, tinturas, cremas, antitranspirantes y fijadores son fuente de sustancias nocivas. Por las vías respiratorias también introducimos importantes cantidades de venenos: desde el humo de cigarrillos a los desechos de combustión y procesos industriales.

A todo esto se suma la problemática de los refinados industriales. Diariamente estamos incorporando altas cantidades de compuestos químicamente puros que no existen en la naturaleza. Es el caso del cloruro de sodio (sal blanca) o la sacarosa (azúcar blanca). Biológicamente el organismo no reconoce estas sustancias refinadas y de gran pureza; es más, las considera tóxicas por su reactividad. Para comprender mejor esta “fobia” corporal hacia los compuestos químicamente puros, podemos usar ejemplos ilustrativos, como la caña de azúcar, la hoja de coca y la sal refinada.

Estudios hechos en Sudáfrica sobre muestras de orina de dos mil trabajadores de plantaciones de caña de azúcar, no hallaron excedentes de glucosa, pese a que en promedio mascaban 2 kg diarios de caña, o sea que ingerían 350g de azúcar por día. ¿La explicación? Mientras la caña mascada es un alimento natural, completo y fácilmente metabolizable, el azúcar refinado es un producto extraño y nocivo para el organismo. Otras investigaciones realizadas en África e India muestran que la diabetes es desconocida en pueblos que no incluyen carbohidratos refinados en su dieta.

Respecto a la coca, es simple observar en los pueblos andinos que el cotidiano consumo de la hoja mascada, benéfica para el apunamiento y la digestión, no genera los efectos devastadores del extracto refinado, conocido como cocaína. Siempre estamos hablando de productos vegetales, pero de por medio está presente el proceso de refinación y purificación.

Nuestros riñones pueden eliminar unos 12 gramos diarios de cloruro de sodio (la tóxica sal de mesa refinada), pero está demostrado que la alimentación moderna provee 15 gramos o más. Esto quiere decir que reteniendo sólo 3 gramos diarios, estamos acumulando en el organismo 90 gramos por mes (verdadera causa de edemas y celulitis).

Frente a esta regular y abundante ingesta de compuestos reactivos -que superan por cierto la capacidad orgánica de procesamiento- el cuerpo se ve obligado a poner en marcha varios mecanismos de defensa que, además de generar un importante gasto de energía y recursos, incrementan la toxemia corporal. Nos referimos a la hidratación de estos compuestos (retención de líquidos asociada a deshidratación celular), a la captura lipógena (edemas, obesidad y celulitis) y a la cristalización (artritis, ácido úrico, arenillas, cálculos, esclerosis capilar, etc).

Este cuadro, lejos de asustar, debe ayudar a la toma de conciencia: nuestro organismo no es un cesto de basura donde podemos arrojar impunemente cualquier cosa. Además, esta problemática, nefasta en sí misma, se ve agravada por la pérdida o el olvido de sanos hábitos ancestrales: los ayunos, las curas de primavera, el reposo, la conexión con los ciclos naturales...

TOXINAS DE PARÁSITOS

Como vimos someramente en el capítulo anterior y como desarrollaremos en el capítulo 6, las parasitosis son responsables de gran parte de la cotidiana carga tóxica que agobia al organismo. Esta toxemia es en parte externa al cuerpo, al ser producida por organismos que no forman parte del mismo, pero al mismo tiempo es interna, pues se vuelca permanentemente en nuestros fluidos, como si fuese una sustancia endógena.

Excrementos y desechos metabólicos de nuestros huéspedes parásitos, se suman al volumen tóxico que deben procesar nuestros órganos emuntorios. Si las parasitosis fuesen ocasionales y periódicamente combatidas, esto no sería un problema, ya que el hombre siempre ha convivido con organismos parásitos.
Pero el hecho de haber descuidado las ancestrales y tradicionales prácticas periódicas de desparasitación, hace que las infestaciones parasitarias se conviertan en crónicas y por tanto generen grandes volúmenes diarios de toxemia.
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